Mundo: A 45 años del asesinato de John Lennon

08/12/2025 | 535 visitas
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La historia está llena de personajes que eligieron pasar a la posteridad no por su talento, sino por su capacidad para destruir lo bello y lo valioso que les rodeaba. El año 356 a.C, por ejemplo, Eróstrato quemó el templo de Artemisa; en los años 50 del siglo XX, el monje budista Hayashi Yoken prendió fuego al Pabellón Dorado Kinkaku-ji de Kioto y el 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman decidió hacerse famoso por asesinar a John Winston Lennon.

Ese día, alrededor de las diez de la noche, Lennon y Yoko Ono descendían de la limusina que les devolvía del estudio de grabación donde habían estado trabajando hasta las puertas del Edificio Dakota, en el que residían. De repente, un hombre que portaba un revolver Smith & Wesson del calibre 38, descerrajó cinco tiros por la espalda al ex-beatle. Alcanzado por cuatro de ellos, John Lennon se derrumbó de bruces sobre la acera, donde falleció instantes después. Lejos de echar a correr, el agresor permaneció sentado en las inmediaciones de la escena del crimen leyendo un ejemplar de El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, un detalle, otro más, de las muchas referencias culturales que atravesaron el asesinato del músico desde semanas antes de su comisión.
 
Chapman había nacido en Georgia, el 10 de mayo de 1955. Vivió en diferentes lugares, incluido el Líbano (donde había trabajado para el gobierno de Estados Unidos), antes de radicarse en Hawai, archipiélago en el que llevaba una vida anodina y bastante convencional, marcada por dos temas que lo obsesionaban especialmente y que, en un momento dado, entraron en colisión: The Beatles y Jesús.
 
Durante su adolescencia, Mark David Chapman había sido un apasionado de la música del cuarteto británico. Acostumbraba a interpretar las canciones del grupo, al menos hasta que entró a formar parte de una congregación de cristianos evangelistas, a los que no habían gustado las declaraciones de Lennon sobre que los Beatles eran más populares que Jesucristo. Cuando el músico publicó God, canción en la que afirmaba que no creía en Dios (sino solo en Yoko Ono), para Chapman fue la gota que colmó el vaso.
 
A partir de entonces, lo que había sido una admiración por el músico que incluso había dado lugar a situaciones de mimetismo —como su decisión de casarse con una mujer de ascendencia japonesa, por su semejanza con Yoko Ono, o el hecho de firmar la planilla de asistencia en su empleo de guarda de seguridad utilizando el nombre de John Lennon—, se terminó convirtiendo en una hostilidad, a la que se sumaría un nuevo elemento que agravaría el desequilibrio emocional de Chapman: el demonio.
 
Según relató posteriormente, durante los meses previos al atentado Chapman había buscado la fuerza de ánimo para cometer su crimen invocando a Satán, un personaje que en esos años había establecido un cierto vínculo con el edificio en el que vivía Lennon. En 1968, el Dakota había sido el escenario de la película La semilla del diablo, de Roman Polanski, una cinta vinculada al satanismo y en cuyo rodaje había participado como asesor el mismísimo Anton LaVey, sumo sacerdote de la Iglesia de Satán.
 
Otro filme de la época relacionado con el crimen de Chapman es Gente corriente. La primera película como director de Robert Redford narra las dramáticas consecuencias que tiene para una familia la pérdida de uno de sus miembros en un accidente. Cuando el asesino asistió a una proyección en un cine de Nueva York, la historia le impactó de tal manera, que decidió regresar a su casa de Honolulú con su familia y abandonar definitivamente su plan. No obstante, después de unos días en Hawai, volvió a retomar lo que había dejado, quién sabe si por culpa de un cuadro de Salvador Dalí.

Según las informaciones publicadas por los periódicos de la época, el asesino de Lennon estaba fascinado con uno de los cuadros del pintor ampurdanés. Se trataba de Lincoln in Dalivision, una pintura de 1976 en la que aparecía representada Gala desnuda y mirando al mar: visto a una determinada distancia, el conjunto formaba el retrato de Abraham Lincoln, presidente estadounidense asesinado a tiros mientras asistía a una representación teatral. La atracción por la obra era tal que, a pesar de sus estrecheces económicas, Chapman decidió adquirir, por una cantidad cercana a los 100 dólares (alrededor de 600 euros actuales), una reproducción de la obra que colocó en el salón de su domicilio para poder contemplarla el mayor tiempo posible.
Sea como fuere, de lo que no hay duda es de que, después de ese breve momento de sensatez, David Mark Chapman decidió trasladarse una vez más a Nueva York para, esta vez sí, llevar a cabo lo que llevaba meses planificando. Alquiló una habitación en un hotel de la ciudad —donde aprovechó para practicar ante el espejo, al mejor estilo Taxi Driver, la posición de disparo isósceles con las piernas abiertas y brazos estirados— y se dirigió a las puertas del edificio Dakota con intención de coincidir con el artista.
Después de dos días de espera infructuosa, Chapman consiguió cruzarse con Lennon en la tarde del tercer día. El músico salía de su casa rumbo al estudio de grabación después de haber protagonizado una sesión de fotos con Annie Leibovitz de la que saldría la imagen en la que aparece en la cama desnudo, abrazado a Yoko Ono desde una toma cenital, y que sería portada de la revista Rolling Stone correspondiente al 22 de enero de 1981.

De hecho, el encuentro entre Chapman y Lennon también fue inmortalizado en una fotografía. Concretamente, en una instantánea realizada por Paul Goresh, en la que se puede ver al músico firmando una copia de Double Fantasy, el LP que había publicado hacía unas semanas en el sello Geffen, y que Chapman le llevó para romper el hielo. La misma copia que, en 2006, sería subastada por 525.000 dólares. “¿Solo quieres eso?”, le preguntó el músico a Chapman mientras le firmaba el autógrafo, una pregunta que el asesino interpretó como la invitación definitiva a hacer aquello que había ido a hacer.
Necesitado de casito
Una vez detenido, Mark David Chapman fue introducido en un coche patrulla, donde permaneció un rato hasta que fue trasladado a comisaría. Durante ese tiempo, la ya por entonces viuda de Lennon se acercó al automóvil y lo miró fijamente en silencio. “Fue traumático”, confesó Mark David Chapman posteriormente, mostrando así una vez más esa sangre fría y ese egocentrismo de los que haría gala durante el resto del proceso judicial, en el que reconoció que la razón para cometer en asesinato no era otra que la de “llamar la atención”.
Obtenida esa deseada fama, Chapman no tuvo ningún problema en declararse culpable, lo que acortaba notablemente el proceso judicial y, lo más grave para él, reducía su tiempo de exposición mediática. Por ello y siguiendo los consejos de su abogado —más preocupado por las cuestiones judiciales que las informativas—, en enero de 1981 intentó cambiar su declaración de culpabilidad por una de inocencia alegando enajenación, lo que fue descartado por el juez que, atendiendo a los informes psiquiátricos, decretó que era completamente responsable de sus actos.
Fracasada esa estrategia, Chapman volvió a su confesión anterior y, en junio de 1981, afirmó que Dios le había ordenado declararse culpable y que no apelase jamás la sentencia, independientemente de cuál fuera el veredicto, el cual se hizo público en una vista celebrada en agosto de 1981 y que prácticamente se limitó a la lectura de la sentencia y a su derecho a la última palabra.

Consciente de que una vez más era el centro de atención, Mark David Chapman no desaprovechó la ocasión y empleó esa última prerrogativa para leer ante el tribunal unas líneas de El guardián entre el centeno. Aquellas que dan título al libro y con las que pretendía justificar su acción: “Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños, y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde del precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Yo sería el guardián entre el centeno”.
Sin perdón
Chapman fue sentenciado a cadena perpetua, aunque se le reconocía el derecho solicitar una revisión de la condena destinada a obtener la libertad condicional una vez transcurrieran los veinte primeros años de prisión. Desoyendo el mandato que le había hecho Dios, desde 2000, el condenado ha hecho uso de ese derecho en catorce ocasiones —solo se pueden solicitar transcurridos dos años de la anterior solicitud—, la última de las cuales se celebró en septiembre de este año, con el mismo resultado que las anteriores: denegada.
La razón para esa decisión es que, a pesar de que Chapman es un recluso modelo que destaca por su buen comportamiento, las autoridades penitenciarias consideran que no es una persona fiable y que su ansia por conseguir notoriedad, podría hacerle repetir el comportamiento que le llevó a prisión. Una sospecha afianzada en el hecho de que, cuando fue detenido, Chapman tenía una lista de posibles objetivos entre los que se encontraban Jackie Kennedy, Elisabeth Taylor y el presentador Johnny Carson.

De hecho, que no atentase contra ellos y sí lo hiciera contra Lennon no fue tanto por su obsesión, sino por el hecho de que el músico carecía de escolta. A diferencia de Carson, que solía ir acompañado de dos guardaespaldas, Lennon acostumbraba a pasear por Nueva York sin mayor preocupación. De hecho eso es lo que le había llevado a cambiar su residencia desde el Reino Unido a Estados Unidos. “Aquí puedo ir al cine o a un restaurante, he estado paseando por las calles de esta ciudad tranquilamente durante estos siete años, y cuando dejé Inglaterra no podía ni dar la vuelta a la manzana”, recordaba Lennon en una entrevista para la BBC tres días antes de ser asesinado, en la que también decía: “Al principio, cuando salía por Nueva York, estaba muy preocupado de que la gente quisiera entrometerse o abalanzarse sobre mí. Me costó dos años superarlo. Ahora la gente me habla, me pide autógrafos, pero no me molesta. Me cuentan ‘me gusta tu disco’ o ‘¿qué tal está tu hijo?’, pero no me persiguen”.
Otra de las razones para que no se le conceda la libertad provisional a Chapman es la negativa de Yoko Ono. Aunque el asesino pidió perdón a la esposa de Lennon y a su hijo Sean por el daño que les había provocado, la viuda se ha mostrado contraria a la excarcelación en reiteradas ocasiones. Sin ir más lejos, cuando su biógrafo, David Sheff, le preguntó si en algún momento perdonaría a Chapman, al igual que había hecho Juan Pablo II con Ali Ağca, el hombre que había atentado contra él, Ono fue muy clara: “Yo no soy el Papa”.




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